Ilustrado por Juan Manuel Tavella |
En la casa de una familia había una capilla; en la capilla, un altar y en el altar, una imagen de
Dios. Cada día había que rezar y convidarla con ricas comidas. Es costumbre, en la India, ofre
cer a las imágenes los alimentos que se cocinan en la casa. De esta tarea se encargaba el padre
de la familia.
Cierta vez, el papá , que había tenido que salir, dejó a su hijito más chico para que atendiera
a Dios llevándole sus alimentos. Así lo hizo el niño. Colocó delante de la imagen varios
platitos con arroz, verduras, lentejas y también pastelitos de dulce. Luego quedó en silencio
esperando que Dios bajara a comer. Pero el Señor no bajó. El muchacho, muy preocupado, le
rogó: “¡Oh, Señor, por favor comé, por favor comé ¡” Esto se repitió una y otra vez, hasta que
el muchachito se puso a llorar, diciendo:
-”¿Por qué, Señor, no querés comer la comida que te traje? Mi papá me dijo que debía
alimentarte. ¿Por qué no te gusta mi comida?”
Con mucha tristeza secó unas lágrimas que corrían por sus mejillas. Pero cuando levantó los
ojos se puso muy contento: el Señor, sentado, estaba comiendo con mucho apetito.
Ni bien salió el niño de la capilla, la mamá y sus hermanos le pidieron que trajera la comida del
altar.
-”No quedó nada”- dijo el muchacho - “El Señor se ha comido todo”.
Ellos entraron a la capilla y quedaron mudos de sorpresa. Los platos estaban vacíos. Ninguno
de ellos había visto al Señor bajar en persona a comer. Nunca.
¿Qué había pasado? : que Dios apareció cuando alguien creyó, como este niño, con mucha
seguridad, con todo su corazón, con fe, que esto podía suceder.
Muy bueno!!!
ResponderEliminarPara reflexionar... Muy bella parábola !!!
ResponderEliminarGracias!